AMOR DE OTRA DIMENSIÓN
- Sar Itzjak
- 21 may
- 2 Min. de lectura

El amor verdadero solo existe en los mundos espirituales.
“El amor es sufrido, el amor es paciente. Más que benigno, es excesivamente bondadoso. Jamás es egoísta; nunca busca solo lo suyo. El amor lo soporta todo. Él amor nunca se termina; nunca deja de ser.”
A lo que nosotros, los mortales, llamamos “amor” se le podría catalogar como una satisfacción egoísta, succionada de persona a persona —ya sea emocional, sentimental, sexual, almática o afectiva—.
Lo que hemos visto en películas y novelas literarias no es amor real. Es la habilidad que ha desarrollado la humanidad para autosatisfacer y autoabastecer su tanque emocional y ególatra.
El amor verdadero identifica los deseos del otro y los satisface de manera intuitiva e instintiva, de la forma en que el receptor o esa persona amada —consciente o inconscientemente— lo necesita.
Nos convertimos entonces en la Merkavá del amor: un carro o vehículo místico portador de la felicidad y la satisfacción del otro.Pero esto solo ocurre desde una dimensión espiritual, desde un nivel superior de consciencia.
En lugar de ser receptores insaciables de afecto, atención o energía sexual, nos volvemos emisores del fruto del espíritu: portadores de gozo, paz, fe y amor… no solo para nuestra pareja, sino para nuestros hijos, familia y entorno.
Dejamos de ser mendigos planetarios del amor, para convertirnos en canales y conexiones vivas del amor real, en puentes entre los corazones humanos y la fuente: el Rey del Universo.
El amor mundano; es una experiencia bioquímica, subjetiva, emocional, basada en neurotransmisores hormonales, que activan la atracción y el placer.
Si pudiéramos desconectar esos procesos bio-neuroquímicos del cuerpo humano, las personas no podrían experimentar, ni sentir lo que ellos le llaman "amor".
Lo que en realidad es deseo egoísta, la humanidad entera lo llama “amor”.
Y lo que en verdad es amor, suele ser evitado.
Incluso acciones bondadosas como el altruismo, la filantropía o desprendimientos generosos con ropaje de abnegación, deben ser exhaustivamente evaluados de manera introspectiva. Una acción tan espiritual como la Tzedaká, la justicia social o caridad, podría ser un acto de placer egoísta o una acción inconsciente para mitigar nuestra culpa religiosa o miedo al castigo divino.
En ocasiones, nos importa más lo que sentimos egocéntricamente al dar que el amor real expresado en ese dar.
Amar desde lo alto
Amar es crear bienestar en otros, incluso si eso no nos genera placer alguno. Es más: el bien de otro o la felicidad de otro, el verdadero amor puede implicar dolor personal, como en el caso de una mujer en labor de parto, cuyo sufrimiento se vuelve irrelevante frente al amor que siente por el nuevo ser al que dará vida.
El amor verdadero no busca lo suyo
El amor de otra dimensión no espera retribución, no mide resultados, no necesita condiciones.
Es un flujo continuo desde lo divino hacia lo humano… y de ahí hacia otros.
Sar Itzajk
Behatzlaja.




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